El
Hogar Propio:
Un
pedacito de cielo en la tierra.
En una ocasión mientras
dialogábamos un grupo de técnicos en una de las instituciones del Ministerio de
Agricultura, uno de los colegas expresó que mientras vivía en la casa de una
hermana suya, se dio una “regá” tan grande que tuvo que irse de ese hogar.
En tanto que otro contó que
para estudiar en la Capital tuvo que vivir “arrimado” donde una familia, y que
donde dormía era en la cocina.
Contaba él que a esa casa solo
iba de noche, a dormir.
Y es que no es fácil vivir en
un hogar ajeno, sobre todo, después que la persona es adulta.
El “arrimado” tiene que
cohibirse de muchas cosas, aun cubra sus gastos; no importa la cercanía
familiar o amistad que haya.
Es como un pacho que nunca
termina de pegarse.
Por eso los padres debemos
inculcar en nuestros (as) hijos (as) la necesidad de que se preparen bien
académica y económicamente antes de independizarse de nosotros, a fin de que cuando
se vayan puedan ubicarse en un hogar propio, si es posible que el mismo pueda
establecerse en una casa propia, aunque esto último no es imprescindible.
En un hogar propio, aunque sea
una casa o una habitación alquiladas, la
persona experimenta todo derecho de estar, de permanecer en ese lugar, sin
tener que pedir permiso ni recibir órdenes de nadie.
Se puede estar en pantalones
cortos, en camiseta, en chancletas, descalzos, con ropa vieja y fresca, como
mejor uno se sienta, siempre y cuando no afectemos negativamente a nadie.
El hogar propio es nuestro
verdadero refugio, donde podemos experimentar nuestra más completa y profunda
intimidad.
Es allí donde recibimos
nuestra mejor aceptación y respeto.
El hogar propio puede ser de
uno o de varios.
Si es de varios parecería que
debiera limitarse a la persona más su conyugue y sus hijos y nadie más, si se
quiere disfrutar a plenitud en lo que respecta a la confianza, la aceptación y
la intimidad.
Tener a alguien más a parte de
los conyugues y los hijos, implica un sacrificio por parte de sus originales
integrantes.
Un sacrificio que debemos
asumirlo siempre que en Cristo Jesús sintamos el llamado de albergar a alguien
que en respeto a la prudencia pueda ser posible.
Llegar a vivir en un hogar
propio es un objetivo que nuestros hijos deben alcanzar.
Por eso deben prepararse para
lograr un sólido matrimonio, que puedan llegar a tener hijos sanos, felices y
productivos, y eso solo es posible teniendo a Cristo como el Centro de nuestra
vida.
Autor:
Ing. Silvio Peña Jorge.
Celular: 829-214-3413
Digitación:
Lic. Pedro Guzmán,
Correo: mangho35@hotmail.es/gmail.com.
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